jueves, 3 de junio de 2010

Santander de Quilichao: El regreso del Profesor Kheter



Por allá a finales de los años ochenta del pasado siglo, en un pueblo pequeño y tranquilo donde todo mundo se conocía y se saludaba con amabilidad, existía un mago que parecía sacado de un cuento de ficción: Era el renombrado enigmático profesor Khether. Un punto aparte “non plus ultra”( más allá del bien y del mal) y muy cerca de la bacanería.

En ese momento crucial para el planeta - donde había crisis económica, de valores, una guerra anunciada, y la desesperanza con que se siempre se gobierna aquí, en estas repúblicas bananeras- el mago, fue nuestro consejero espiritual; y con el creciente descrédito de la psiquiatría y la sicología, los conflictos de las sectas y las religiones, se convirtió en un punto de referencia para una generación de jóvenes que nunca creyó en los partidos políticos, ni en ninguna de sus patrañas electorales. Sin embargo, las profecías de los santones anunciaban que pese a nuestra incredulidad: “un Mesías habría de llegar décadas más tarde, para gobernarnos con vara de hierro a nombre del Imperio del Norte, por los siglos de los siglos...”.


No es exageración, pero el profesor Khether ya trascendió está dimensión y algunos pensamos que se está haciendo el muerto y que en cualquier momento podría regresar. Cuando estuvo entre nosotros los mortales para dar testimonio de su mensaje, su afición principal era invitar a los amigos a su entierro. Nadie le creía, pero el día que lo acompañamos al cementerio, en serio: el sol se puso de un color rojo intenso y se resistió a ocultarse por unos minutos detrás del cerro Garrapatero. Esos arreboles fueron premonitorios para Quilichao. Como si enterráramos la fantasía, el humor, la genialidad la locura, y llegara la barbarie y el llanto para quedarse indefinidamente, sin que nadie la invitara.

Era un ser de otra galaxia, un vagabundo de la vía láctea que por esos avatares del destino cósmico, aterrizó en un olvidado lugar de provincia; para impresionarnos con sus dotes maravillosas de ilusionista; para inspirar nuevos géneros de literatura fantástica y desatar una nueva mitología en torno a su leyenda, que está por escribirse, y de la cual biógrafos tan ilustrados como don Diego Chontaduro, ya han empezado a relatar sus gestas, con un primer volumen que saldrá a la luz pública próximamente en Madrid España.

Un personaje de estos quilates, que trasciende toda la racionalidad pueblerina y académica, puede emerger de improviso en cualquier género literario: tomar forma en la novela gótica como el archí vampiro que era, y resurgir más tarde en las tiras cómicas. O por el contrario, desconcertarnos de pronto, materializándose en nuestra realidad formal, bajo la apariencia de un vecino de barrio.

El profe, no pasó desapercibido en los medios de comunicación de su época: tenía una columna permanente el periódico El Crisol de Cali, desde la cual aconsejaba a los lectores sobre: amores difíciles, negocios, suerte y viajes astrales; también publicaba el horóscopo diario. Con el tiempo, se convirtió en el pionero del periodismo gratuito. En Quilichao, fundó la Gacetilla Kheterológicos, con la cual fustigaba a los alcaldes de la época y a los funcionarios públicos, por sus malas actuaciones ( como debieran hacerlo hoy, los periódicos locales) pero la publicidad oficial los tiene destinados a: dar sólo cepillo /o desaparecer.

La belleza no era su fuerte, pero el profe “K” supo trascender en el corazón de sus amigos. No hubiera sido difícil describirlo: impredecible, frágil, de corta estatura y con una cabeza de bebé mal acostado: plana por un lado y terminada en una punta, como para atornillarle una corona. Con una nariz fenomenal, como la de Cirano de Bergerag, que interpretó Gerard Depardiu para el cine . Con una boca generosa, como si hubiera sido dibujada aprisa, donde se adivinaba un diente de oro, como el de Pedrito Navaja.

Tenía una gracia especial para hacer reír a la gente, con sus dotes de mago que se tomaba muy en serio. En sus presentaciones habituales, usaba un turbante verde, con una piedra magnífica y desconocida en el sistema solar; un pantalón de raso y una camisa estrafalaria o psicodélica, para la época, que combinaba con una capa roja. Además se maquillaba como un mimo: con sus oscuras ojeras naturales y las pestañas saturadas de marvellini. Tenía una estampa que envidiarían algunos payasitos rokeros, como la Márylin Manson, que intentaban asustar a los chicos light, con su pinta postiza de zombi decadente.


Como todo solterón empedernido, el profesor Khether, vivía solo en una casa de varias habitaciones; que era el refugio de los desocupados del pueblo y de algunas niñitas bellas y despistadas, que el profesor adoptaba por temporadas, y que luego incorporaba a sus fantasías amorosas; como las princesas perdidas, que le ocasionaban una vida pasional marcada por la decepción y el desengaño.

Estos personajes multidimensionales son tan desproporcionados, que sus gestas necesitarían ser narradas en muchos volúmenes y por diversos investigadores, desde disciplinas científicas que todavía no se han inventado. Por ahora, los devotos del kheterianismo filosófico, seguimos esperando su regreso, como está profetizado: en una noche de verano y luna llena. Mientras tanto nos declaramos incapaces de renunciar a sus postulados trascendentes: "Nadie se salva de la rumba, a cualquiera lo lleva hasta la tumba".

Chao Quilichao.

Sandungerock@yahoo.es

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