lunes, 11 de abril de 2011

SANTANDER, EL DE LOS QUILICHAOS

REFRESCATE LA MEMORIA


 El prócer del parque principal ;entregó el país a los gringos (mucho antes que Santos y el TLC). Inspiró este perverso Estado de tinterillos insaciables, y sin embargo, halagos no le faltan...



Diego Andrés Rosselli Cock

En 1827, Cuando el pueblo caucano de Quilichao solicitó sustituir su nombre indígena por el de Santander, justificó ese hecho en “ el tino y la prudencia con que su Excelencia ha manejado las riendas del Gobierno en la época de su administración”. Agregaban también, que lo hacían “en memoria de la firmeza incontrastable con que ha sostenido el orden constitucional y las libertades de los pueblos entre las terribles agitaciones políticas que habían conducido al país hasta el borde del precipicio”.

El Supremo Gobierno (así, con mayúscula en el original,) que era ejercido de hecho por el vicepresidente Francisco de Paula Santander, no tardó en aprobar este significativo cambio. No estoy seguro si el mismísimo Francisco de Paula participó en el proceso, pero el hecho es que tan sólo tres semanas más tarde la población de Quilichao celebraba con cohetes y repique de campanas su nuevo nombre. Eran otros tiempos, claro cuando las decisiones populares para halagar a los mandatarios magnánimos no tenían que ser sometidos a alguna de esas altas cortes que  hoy tardarían meses enteros en tomar una decisión semejante.

Pero los ánimos patrióticos de los quilichagueños no se reflejan sólo en su clara disposición Santanderista. También fue éste el primer pueblo del Cauca en inaugurar a pocas cuadras del parque principal, que se llama, claro está Parque de Santander- un parque de Bolívar, y de erigir allí una estatua de bronce al mejor estilo de Tenerani. Puede que el lugar que hoy ocupa la estatua de Santander en el parque principal, frente a la Alcaldía y del templo parroquial, sea de más elevado valor simbólico, pero la de Simón Bolívar está sin duda, mejor ubicada, cerca del Rió Quilichao y a la sombra de un colosal samán más que centenario.

El libertador mismo, tanto antes como después de que bautizara a la villa de Quilichao con el nombre de quien ya para entonces era su más encarnizado enemigo, estuvo varios veces aquí. En la vecina Hacienda Japio, propiedad de los Arboleda, sostuvo en 1822 la célebre entrevista con don José María Mosquera, aquella en la que este potentado payanés – hasta poco tiempo antes un convencido realista- hizo importantes donaciones a la causa patriótica. Lo que hoy llamaríamos un voltereta política, fue en Japio, hoy monumento nacional, en donde Bolívar vinculó a sus ejércitos al hijo de Mosquera, por entonces un joven teniente que levaba por nombre Tomás Cipriano.  Por 800 esclavos que pasaron a ser reclutas, y numerosas reses para alimentar a sus soldados , Bolívar no dudó en hacer de este muchacho su edecán. No fue, pues, cuestión de meritocracia.

Pero Japio tiene otras historias; historias de esclavitud. En la tradición oral de Quilichao se asegura que toda la cal que compraban los Arboleda no alcanzaba para tapar las manchas de sangre de las paredes de Japio, como asegura la antropóloga Nina de Friedemann, en su obra sobre las negritudes colombianas de sol a sol. Es por eso que los viernes santos – afirma ella- se escucha en Santander de Quilichao los pasos desesperados de la mula del poeta y prócer Julio Arboleda cuya alma en pena regresa cada año de ultratumba, esperando el perdón de quienes fueron sus esclavos, para poder entrar al fin en el reino de los cielos.

En todo caso, la vieja casona de la Hacienda Japio no es el único monumento nacional que en Santander de Quilichao; también está el templo doctrinero de dominguillo, dedicado a Santa Bárbara, la santa patrona de los rayos y los truenos, y por extensión de las municiones y los explosivos. Esta capilla fue construida en el siglo XVIII en una vereda habitada por negros cimarrones que escapaban de las minas de oro y carbón, o huían de las haciendas del norte del Cauca. Una prueba más de las habilidades milagrosas de esta abnegada santa mártir es el hecho de que esta construcción colonial haya logrado sobrevivir dos siglos y medio en este confín olvidado.

Como ocurre con el palenque de San Basilio, aquél que es vecino de Cartagena, aquí en Dominguillo y en otras áreas rurales de origen cimarrón se han mantenido vivos muchos rasgos folclóricos cuyo valor cultural ha tardado tanto tiempo en ser reconocido. Los bundes nortecaucanos  por ejemplo, son cantos plañideros con los que se lamenta la muerte de un niño, al tiempo que se celebra que se evitan así con la tragedia, los sufrimientos de una condenada a la esclavitud, están también las adoraciones del Niño Dios, con cantos en ritmo de juga (sí, así, con jota), muchos de cuyos textos han llegado con pocos cambios desde el romancero español de los siglos XVI y XVII.

Pero antes de la llegada de los españoles y sus esclavos habitaban en esta región los indígenas quilichaos, de la gran familia de los paeces. Poco se sabe de esta etnia cuya descripción omite por completo el primer cronista que describió esta zona donde confluyen el macizo colombiano y el amplio valle del río Cauca. Pedro Cieza de León, soldado tanto de Jorge Robledo como de Sebastián de Belalcázar, alude apenas a las suaves ondulaciones del terreno y a la fertilidad de la región anotando tan sólo que estos indígenas- como también otros de los habitantes que hoy es el Valle- tenían la mala costumbre y maldito vicio de comerse unos a otros. Sorprende, cuando hoy estos indígenas de Quilichao son aquellos que han llevado hasta límites inconcebibles sus fines pacifistas Es aquí donde, en un acto simbólico de neutralidad, ellos han quemado fusiles que se decomisan a los violentos.

Hoy, no creo que haya en Colombia otro lugar tan claramente triétnico como el norte del departamento del Cauca. Llegará el momento en que empecemos a devengar las utilidades de todo este rico patrimonio cultural colombiano. Entonces, y sólo entonces, Santander de Quilichao será de los primeros municipios en dejar atrás todas sus miserias.